La revista Teología Espiritual, se fundó en Valencia en 1957, hace ahora
67
años, y, desde el comienzo, se propuso ser cauce de expresión de los Centros Superiores
de Estudios de la Orden Dominicana en España, radicados entonces, además de en Valencia,
en Barcelona, Salamanca, Las Caldas de Besaya (Santander), Madrid y Granada. Profesores
de aquellos Centros, a los que se unieron otros, eclesiásticos y laicos, de Facultades
o Universidades del mundo entero, también de fuera de la Orden de Predicadores,
han venido colaborando a lo largo de más de medio siglo.
Al frente del equipo fundador y animador de primera hora estuvo el Profesor Marceliano
Llamera, O.P., especialista en temas de espiritualidad de renombre mundial, más
tarde Perito en el Concilio Vaticano II. Han prestado su colaboración de manera
eficaz, y ya en los comienzos, los Profesores Emilio Sauras, también Perito en el
Concilio Vaticano II, José Mª de Garganta, Vicente Forcada, Adolfo Robles, Antonio
Sanchis, Roberto Ortuño, Lorenzo Galmés, Argimiro Velasco, José Mª Escámez, Sebastián
Fuster, Fabián Puerto, José Mª Martínez Alcaide, José Mª Coloma, M. M. Philiphon,
Fabio Giardini, J. M. Bernal, Armando Bandera, Álvaro Huerga, Baldomero Jiménez
Duque, Jesús Trapiello, Antonio Huguet, J. Auman, L. López de las Heras, Gerardo
Sánchez, Pedro Rodríguez, por citar tan sólo algunos nombres.
Propósito de la revista ha sido promover la investigación y dar a conocer el campo
de la espiritualidad, en su vertiente histórica, patrística, bíblica, litúrgica,
pastoral, y poner al alcance del lector medio su riqueza, siguiendo la línea que
había emprendido a comienzos del siglo XX el gran renovador en España de los estudios
místicos, Juan G. Arintero, en proceso de canonización, fundador en Salamanca de
la revista La Vida Sobrenatural (1921). Teología Espiritual pretendía
ser un complemento necesario de La Vida Sobrenatural.
Ha contado entre sus directores a J. M. Bernal, J. Martorell, Esteban Pérez, Juan
Bosch, Vito T. Gómez, J. A. Heredia. La dirige en la actualidad Alfonso Esponera. Los colaboradores
han aumentado con el paso de los años, entre ellos puede mencionarse a Antolín G.
Fuente, Domingo Salado, Martín Gelabert, Vicente Botella, Pedro
Fernández, J. J. Gallego, A. García Lozano, L. Vila López, J. A. Tudela, J. Esparza,
R. Arnau.
Es en la actualidad una de las publicaciones periódicas de la Facultad de Teología
San Vicente Ferrer de Valencia. Se difunde por el mundo entero, en concepto de suscripción
o de intercambio con otras revistas.
IN MEMORIAM (1)
El
P. Marceliano Llamera nació en Pardesivil (León), el 2 de noviembre de 1908. En
1920 pasó a la Escuela Apostólica que la provincia dominicana de Aragón tenía en
Solsona (Lérida). Comenzó su noviciado en 1923, e hizo su primera profesión el 17
de noviembre de 1924. Tras estudiar el primer curso de filosofía en Solsona pasó
a Valencia donde terminó sus estudios. Se ordenó de sacerdote el 6 de septiembre
de 1931. Pasó después al Ateneo Internacional «Angelicum», de Roma, para especializarse
en Teología. Hizo su tesis doctoral bajo la dirección del P. R. Garrigou Lagrange:
el tema de su disertación fue «El Amor Misericordioso».
De regreso a España ejerció el profesorado, primero en Valencia (1932 1933), y después
en Calanda (Teruel) (1934 1936). Era Prior de la Comunidad en julio de 1936 cuando
fue asaltado el convento; recibieron la palma del martirio varios de sus religiosos.
Tras la contienda bélica se preocupó de recopilar cuidadosamente los hechos para
echar las bases de un Proceso de Beatificación y Canonización.
A partir de 1939 su vida transcurrió íntegramente en tierras de Valencia. Recibió
el título de Maestro en Teología, fue Perito en el Concilio Vaticano II, y redactor
muy destacado de las nuevas Constituciones dominicanas.
Se incorporó a la Sociedad Mariológica Española desde sus comienzos. Raro era el
año en que él no presentaba su ponencia densa, bien ensamblada, con lógica impecable,
con deducciones firmes de sólidos principios. Se destacó de manera especial en el
Congreso Mariológico Internacional celebrado en Roma en octubre de 1950. Su ponencia
versó sobre «El mérito maternal corredentivo de María». Sus publicaciones de tema
mariano fueron muy numerosas, como puede comprobarse en la bibliografía que publicó
el Anuario «Escritos del Vedat» 12 (1982) 40-45.
Fue un hombre de metas muy claras, y hacia ellas se mantuvo en tensión permanente.
Todos sus objetivos estaban orientados a cultivar la semilla de la gracia entre
todos los hombres. Desde sus tiempos jóvenes se reveló un convencido de la llamada
universal a la santidad, y se convirtió en un apóstol infatigable de la misma, alentado
por el magisterio del P. Juan G. Arintero O.P., a quien profesó una veneración especial.
La fidelidad a Dios fue creciendo en él a medida que creció en su conocimiento del
misterio divino. Le ganó en seguida la visión dinámica de la Teología. Se adentró
en el conocimiento de la ciencia de Dios, persuadido, desde lo más íntimo de sí
mismo, de que el saber acerca de Dios crece de manera continua en la comunidad de
los creyentes; y de que en éstos el alma de toda ciencia, que es la caridad, está
llamada a llenar la capacidad casi infinita del corazón humano.
Fue un enamorado de la verdad de Dios; un apasionado de la Teología; se encontró
con la Sabiduría de Dios en su revelación, ayudado, orientado y lanzado siempre
hacía adelante por Santo Tomás de Aquino, a quien profesaba una inmensa devoción
y admiración; en comunión asidua con su pensamiento, logró posesionarse de toda
su hondura, y desarrollar muchas de sus intuiciones.
En su labor teológica dio la prioridad a la caridad. ¡Con qué empeño, con qué fuerza,
con qué entusiasmo explicaba él en sus clases de Teología Moral la doctrina de la
caridad! La caridad, que es amistad eterna de Dios con el hombre; la caridad, que
hace posible al hombre ser amigo de Dios; la caridad, que constituye el camino de
relación profunda y duradera del hombre con sus semejantes. La caridad que se extiende
a toda la dimensión social de la humanidad.
Todo lo orientó por el camino de la fidelidad al hombre, para que el hombre se empeñara,
se comprometiera a ser fiel a Dios. Quería al hombre conocedor de Dios, adorador
de Dios, centrado en darle gloria en todo y por todo. Quería al hombre consciente
de su altísima dignidad. Dios le otorgó el arte del diálogo para con los que sufrían
pruebas; la intuición para descubrirlas; la fortaleza de ánimo para empujar y sostener
en la lucha. Dios le concedió el don de la dirección espiritual; la paciencia para
la escucha; la perseverancia para sobreponerse a todo desaliento; la ilusión para
promover y agrupar en su entorno a personas, a las que sostenía en las grandes empresas.
Desde 1964 estuvo incorporado al nuevo Convento de Santo Domingo de Torrente. En
él esperó el paso a la Vida con serenidad y temple de espíritu. El 11 de enero de
1997 falleció en dicho convento. Su tumba, como queda dicho, se halla en el coro
del Monasterio Federal de la Inmaculada de Torrente, entre las contemplativas dominicas
que lo veneran como Padre y Maestro.
LA REVISTA TEOLOGÍA ESPIRITUAL
(2)
Cuando en el año 1952 el P. Llamera fue nombrado Regente de Estudios acariciaba
en su mente y coloquiaba con los profesores la idea de una Revista que fuera la
proyección de las investigaciones y estudios de nuestro Centro, que él concebía
como Facultad de Teología. Una Facultad necesitaba un instrumento de comunicación
de alto nivel como plata forma desde la cual los profesores pudieran darse a conocer
mediante el fruto de sus trabajos de investigación o de reflexión teológica para
lograr un prestigio universal. Es decir, se necesitaba una Revista de corte científico.
Alguien pensó en restaurar la Revista contemporanea, nacida en Valencia allá por
los años 1933, fundada por el Padre Urbano, en la que el mismo Padre Llamera había
colaborado en más de una ocasión. Pero aquella Revista tenía una orientación distinta
de la que se pretendía ahora. No era una revista de profundos estudios teológicos.
Rechazada la idea de resucitar contemporanea, seguían pensando el Regente y sus
colaboradores en una publicación de amplio espectro teológico. Incluso tuvo un título
preconcebido, que respondía, en aquellos años, a la línea de pensamiento señalado
por una Encíclica famosa de Pío XII, que señalaba algunas desviaciones del pensamiento
moderno en la llamada «Nueva Teología». La Encíclica era Humani generis, que tuvo
una resonancia muy fuerte en la Iglesia. Casi teníamos acordado que ese título fuera
el de nuestra Revista: Humani generis. Pero se pensó mejor y decidimos que eso era
centrarse demasiado en un cauce de pensamiento un tanto negativo y anclarse en un
involucionismo que podría ser infecundo.
Entonces fue el mismo Padre Llamera quien razonó con los colaboradores que sería
más eficaz intentar cubrir un vacío que estaba desierto en los medios de difusión
del pensamiento teológico en España y por los Dominicos, aunque otras órdenes religiosas
iban avanzando por ese camino. Porque en España se editaban por los Dominicos: en
Salamanca la ciencia tomista, para los estudios e investigaciones de alta teología.
Para los estudios e investigaciones de Filosofía había comenzado a publicarse la
Revista estudios filosóficos, dirigida por los Dominicos de Ávila. Para su orientación
de la vida cristiana se publicaba en Salamanca la vida sobrenatural, fundada por
el Padre Arintero. Esta Revista era y es de orientación práctica, pero no de investigación
y de estudios más profundos en orden a la vida de perfección cristiana.
El Padre Marceliano se ilusionó con la idea: sacarle el jugo a la Teología para
vivirla. Era el pensamiento clave de su inquietud y de su concepción apostólica
dominicana. Durante bastantes años había sido profesor de la asignatura y sabía
perfectamente que el campo del pensamiento era inmenso y de una practicidad inagotable,
no sólo para los teóricos de la ciencia sino para los orientadores de conciencias,
para los seglares y para los religiosos y religiosas, que quieren caminar con seguridad
por los caminos de la vida espiritual. De todo ello tenía el Padre muy amplia experiencia.
Así se concibió teología espiritual, cuyo título expresa su orientación específica,
su identificación «personal». Estudios teológicos para ser aplicados a la vida existencial
de cada día. En términos escolásticos diríamos que tiene su «género próximo» (teologia)
y su última diferencia (espiritual). Tiene nombre y apellido que la individualizan,
que le dan su «personalidad», como es preceptivo en las buenas definiciones.
Así es como se lanzó a la empresa, en la que alguien pronosticaba un fracaso seguro,
apostando que no pasaría del tercer número, si llegaba al segundo. Se apoyó en un
reducido equipo de colaboradores, sin más capital fundacional que la ilusión personal,
la confianza en la divina Providencia y el apoyo de algunas personas amigas. Porque
los fondos económicos para lanzar la propaganda y edición del primer número, que
también era propaganda, iban llegando de personas afectas al Padre, o a la Orden,
de suscripciones logradas a pulso, de ventas de papeletas de lotería nacional, de
pequeños donativos.
A principios de 1957 salió el primer número, que interesó bastante al público, y
comenzaron a llegar suscripciones. La Revista, al finalizar el primer año, se autofinanciaba
y así continuó, con apuros, sí, pero sin llegar nunca a números rojos en su administración.
El personal administrativo renunciaba a sus sueldos, las monjas de Santa Catalina
confeccionaban gratuitamente las bolsas para los envíos; el señor Laveaga ordenaba
escrupulosamente el fichero, metía las revistas en las bolsas y clasificaba las
partidas para el correo. Los colaboradores literarios se sentían muy retri buidos
con la gratitud.
Teología espiritual se iba abriendo camino. La selección de artículos y comentarios
y demás notas complementarias para la publicación la hacía personalmente el Director,
el cual se preocupaba de pedir colaboraciones a muchos de sus amigos y profesores
conocidos. La verdad es que pocos se le negaban. Incluso algunos de renombre ofrecían
su colaboración espontáneamente. Hasta pudo permitirse el lujo de rechazar más de
un trabajo, porque no encajaba dentro de la trayectoria que la Revista se había
fijado.
La Revista tenía una tirada de 1.000 ejemplares; más de 700 eran de pago, y el resto
para canjes con otras Revistas y obsequios. Algunas suscripciones de pago eran de
bienhechores, casi todos amigos del Director. La suscripción anual era de 80 pesetas,
al comenzar, pero más tarde se subió a 90 los tres números anuales. En honor a la
verdad y como diploma de gratitud, debo testimoniar que la aportación más sustanciosa
para los fondos de la Revista llegó en 1963, de parte de nuestras hermanas, las
monjas de Santa Catalina.
En la Revista el Padre Llamera ha sido el autor que más páginas ha llenado, en artículos,
editoriales, boletines, comentarios y reseñas de libros. Ha sido para él una cátedra,
desde la que ha difundido su magisterio por todo el mundo. Teología espiritual,
además de proporcionar numerosos canjes con Revistas nacionales y extranjeras, ha
nutrido la Biblioteca del Estudio Dominicano con abundantes libros, algunos de ellos
costosos.
En el año 1975 el Padre Llamera dejó la dirección de la Revista, aunque seguía escribiendo
en ella.